viernes, 21 de diciembre de 2007

Análisis crítico del sistema tradicional de notación musical

La música (algún tipo de música) forma parte de la existencia de la mayoría de las personas.
La escritura musical tradicional es leída sólo por un 5% de la humanidad; el 95% restante ama los resultados de lo creado por otros, sin ser capaz de apropiarse del lenguaje: vivimos en un mundo de analfabetos musicales. Incluso se da la paradoja de músicos populares que rechazan la escritura musical tradicional, por encontrar en su aprendizaje (teoría y solfeo) mayores dificultades que beneficios. Sin embargo al estar marginados del sistema, su labor es mucho más compleja. Esto es inconcebible en otros campos: no se nos ocurre pensar en escritores que no sean capaces de leer y escribir sus propias obras.

Todos los códigos normativos están constituidos por su propia función y son un instrumento convencional no originado en la naturaleza.
Para cambiarlos hace falta tener en cuenta los siguientes requisitos:
Constatación de la necesidad del cambio.
Explicación de la finalidad por la cual se quiere cambiar.
Análisis crítico y comparativo del viejo y del nuevo código.
Sustitución del código que presenta mayores deficiencias.

Los sonidos se representan por medio de siete notas. La octava nota es repetición de la primera.
Faltan cinco nombres o sobran cinco sonidos: las teclas de un piano son doce.
Existe discrepancia entre el sonido y su imagen.
Una sola nota, con todas sus variables (siete claves y cinco alteraciones) tiene cuarenta y dos lecturas diferentes.
Clave es la idea que permite comprender un enigma.
Una clave es imprescindible en todo código, siete no.
Se aceptan varias escrituras para representar la misma altura del sonido (enarmonía) y sin embargo no se contemplan nombres diferentes para lo que no suena igual (homonimia).
Si no se responde a este principio: para cada sonido un signo, para cada signo un nombre, se dificulta la utilización racional del código.
Las notas se representan temporalmente por medio de siete figuras.
Surge nuevamente en la teoría la falsa supeditación a un número erróneo. El siete no contiene la realidad temporal del sonido. La cábala sigue ocupando el lugar de la razón.
Los silencios se representan temporalmente por medio de siete signos.
Se observa una representación redundante: si figuras y silencios comparten el mismo tiempo ¿qué les impide compartir, con alguna variable, el mismo signo?
El puntillo es una confusa imagen de absurda explicación que representa ciertas modificaciones en la duración.
Es tan erróneo el exceso como la carencia de signos claros para definir, en este caso, todos los atributos temporales.
Aire es el grado de lentitud o rapidez con que se ha de ejecutar una obra musical. El aire se expresa por medio de términos generalmente italianos, que se colocan en la parte superior del pentagrama.
No se puede depender de términos arbitrarios para definir parámetros concretos del sonido.
Carácter es la expresión especial de una obra musical o fragmento. El carácter de una obra musical se determina por medio de términos generalmente italianos que pueden presentarse unidos con los términos del aire.
Si el carácter de un sonido no está en la estructura del propio sonido, no está en ninguna parte: la verbalización de los fenómenos de un lenguaje no verbal, además de ser innecesaria, lo subordina.
También las abreviaturas musicales son en muchos casos el residuo de la italianización del lenguaje musical. Los valores irregulares determinan la incapacidad del sistema para afrontar la realidad de lo temporal, que va más allá de las siete figuras oficiales.
Notas de adorno son notas pequeñas, o signos que las expresan, que se intercalan en la melodía y no tienen valor propio.
Los adornos del sonido son sonidos, y no por empequeñecer su tamaño, dejarán de ser lo que son.
Prolongar, acelerar, retardar, dejar a voluntad del intérprete lo que se podría fijar con exactitud, señala otra de las tantas ineficiencias del sistema.
Y con respecto a la altura, en lugar de seguir insistiendo sobre las siete notas, habría que pensar que con doce sonidos, la realidad combinatoria nos señala que existen veinticuatro mil quinientas sesenta y cuatro escalas y otros tantos acordes posibles.
La intensidad también se puede medir, tal como sucede con la duración y la altura.
La tecnología al servicio del arte, lo hará menos abierto a la interpretación caprichosa.
Y de eso también se trata.
La duración se fija aproximadamente a través de dos signos:
Figura
Silencio
Una negra (o silencio equivalente), tiene una duración mayor o menor de acuerdo a la indicación literal del movimiento: rápido, tranquilo o lento. La ayuda opcional del metrónomo, mecanismo que precisa un número de oscilaciones por minuto, puede servir para medir mejor a la negra, pero forma parte de un instrumento ajeno a la escritura.
La intensidad se fija deficientemente a través de signos diversos.
Fuerte expresa una sensación subjetiva de intensidad, que el músico debe transformar en una potencia sonora determinada, siguiendo su particular criterio.
El timbre no se fija en absoluto.
Un violín no representa el timbre, como no lo representa en verdad ningún instrumento acústico. Es más, cada violinista genera un timbre distinto aún tocando en el mismo violín, y si bien existe un timbre básico al que nosotros llamamos violín, hay que entender también que no es menos cierto que el timbre se forma a partir de una mezcla de sonidos armónicos e inarmónicos en constante transición, a los que hay que sumarles una forma dinámica determinada.
Recordemos que todos los parámetros del sonido tienen la misma importancia.
A veces, dos notas en sucesión, pueden representar simultaneidad (un solo pentagrama).
Un signo que no represente claramente su función, debe cambiarse por otro.
Existen instrumentos que leyendo la misma nota, producen sonidos distintos (transposición).
Todo código de única lectura y resultado polivalente, genera contradicciones en su sentido.
Para representar los límites del sonido, se necesitan veintitrés líneas adicionales y dos claves.
Los códigos con excesivos signos secundarios, son poco efectivos ya que dificultan la comprensión y la lectura.
La necesidad de adjetivar los intervalos surge por partir de una base matemática errónea (siete notas).
El número es el mejor signo para representar las magnitudes ya que no necesita adjetivarse.
La discrepancia entre cromático y diatónico, consecuencia de no aplicarse rigurosamente la base doce, así como el agregado de nuevas alteraciones para expandir el código a cuartos y octavos de tono, hacen todavía más complejo el lenguaje.
El sistema general de quintas (Pitágoras – Barberau), es erróneo e inaplicable, ya que por un lado no puede explicar científicamente la serie armónica (física) y por otro es inoperante en instrumentos temperados (doce sonidos en lugar de treinta y cinco), por lo cual, si todo el aparato teórico se basa en él, el sistema tradicional de notación está construido sobre principios falsos.
Cualquier sistema musical que no se base en la serie armónica y su representación precisa, es un sistema con deficiencia acústica.
Tal como acontece con las cinco alteraciones, lo mismo ocurre con los sonidos de altura indeterminada, otra realidad no prevista por la teoría tradicional de la música.
Al invertir la serie armónica (sólo desde el punto de vista teórico ya que físicamente es imposible), Rameau intentó explicar el modo menor que es inexistente en la naturaleza del sonido.
La ley de monovalencia, no acepta discrepancia alguna entre signos y sonidos, siendo la partitura orquestal la evidencia más concreta de esta contradicción.

Un sistema de escritura musical requiere principalmente de dos cosas: un conjunto de signos y una convención sobre su interpretación. Tales signos, soportes de la escritura, pueden ser fónicos o gráficos. Los primeros suelen ser las propias letras, sílabas, palabras y frases del lenguaje común. Los segundos son sistemas artificiales de signos abstractos, como puntos, círculos, números, etc. Ambas posibilidades, fónica y gráfica, son la base de toda la historia de la escritura musical.
A nivel general podemos decir que la escritura musical es un sistema de símbolos usados para comunicar gráficamente los deseos del compositor al ejecutante incluyendo el máximo de información necesaria para la ejecución fiel de una obra. Igualmente, y es importante subrayar esto, debe poder transmitir la información rápidamente, capacitando al ejecutante para leer las instrucciones del compositor a la velocidad en que la música tiene que ser ejecutada.
Numerosos sistemas de representación sonora han existido, según los pueblos y las épocas.
Desde los signos manuales egipcios del Antiguo Imperio (3.000 a.C.), pasando por la escritura alfabética griega, la fonética bizantina, la neumática de la iglesia occidental, la mensural negra y blanca, la tradicional, la analógica, la tecnológica y finalmente la numerofónica en sus variables musical (base 12, 24, 48 . . .) y armónica (base 2n), existe un largo proceso de elección de los mejores signos para definir la duración, la altura, la intensidad y el timbre de los sonidos.